Queso fresco

Me encanta el queso, casi siempre tomo un trozo en las comidas. Me gusta en todas sus variantes, de todas las leches y edades: vaca, oveja, cabra, mezcla, tierno, semicurado, curado (aunque he de reconocer que el curado de cabra me pierde). 

El único que hasta ahora se me resistía un poco era el queso fresco, no porque no me gustara, sino porque me parecía algo insípido. También depende de la marca, porque lo de algunas tiene delito, más que queso fresco parece que estás comiendo gelatina neutra (y si ya nos ponemos a hablar de los desnatados, ¡es que no se salva ni uno!).

Con el tiempo me he dado cuenta de que tenía un concepto equivocado de este tipo de queso, porque siempre lo asociaba a queso de burgos. Sí, a mí me decías “queso fresco” y sólo me venían a la cabeza los típicos “quesos” que todas las marcas venden en esas tarrinas circulares, blancas y estriadas, generalmente de 250 gramos (y pongo “quesos”, entre comillas, porque más que queso, los considero un preparado lácteo).

Pero el mundo del queso fresco va mucho más allá, hay otros de corte más artesano y que realmente saben a queso. El queso de burgos (o lo que nos venden como tal, porque ya me gustaría a mí probar el verdadero) es solo un queso fresco más. Hay una gran variedad: feta, cottage, mozzarella, mascarpone, quark. En las grandes superficies, estos tipos de quesos normalmente suelen estar separados. Así, el popularmente conocido como “queso de burgos” (el de la tarrina blanca, vaya) lo encontramos junto a los yogures y postres lácteos, mientras que los otros, de corte más tradicional, suelen situarse en la sección de charcutería, junto al resto de quesos.

Este descubrimiento me ha hecho cambiar radicalmente mi opinión acerca de este tipo de quesos, de hecho, ahora soy consumidor asiduo. Y a vosotros ¿os gusta el queso fresco?.